“EL PILLO” SE NOS FUÉ
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Lo conocí en febrero de 1953. Empezábamos el primer año de Apostólica en Tlalpan. Éramos un grupo numeroso: 40 en 1° de latín. Le decíamos “El Atleta”. Su papá era nuestro profesor de Educación Física. Don Manuel Rodríguez era un hombre alto y musculoso con anteojos oscuros. Le había enseñado a su hijo muchas normas relativas al atletismo. Por eso nuestro condiscípulo Manuel nos trasmitía cómo había que practicarlas. Pero lo hacía, más que con el ejemplo, de palabra, quizá porque no tenía un físico que le ayudara, era delgado y de estatura mediana. Él tenía otros intereses que empezaban a apuntar hacia la biología.
De los 40, pasamos al Noviciado 17. A la mitad de esa etapa de formación, no sé por qué, Manuel decidió regresar a su casa familiar. Unos dos años después reingresó al Noviciado. Fue así como nos dejamos de ver.
Años después, por 1974, estando en la Comunidad de la Apostólica de Tlalpan, me lo encontré en el Altillo, esperando que lo admitieran a la Ordenación Sacerdotal. Le pregunté qué hacía allí. Me respondió que nada. Lo invité a que nos fuera a ayudar a la Apostólica. Con la venia de los Superiores estuvo colaborando en la formación de los apostólicos y lo hizo muy bien. Lo quisieron mucho y algunos de ellos, que no siguieron en la Congregación, le guardaron mucho cariño hasta los últimos años de su vida. Estando allí, frecuentemente les decía a los apostólicos cuando ya era noche: “A ver, pillos, a dormir”. Fue así como ellos le comenzaron a decir “El Pillo” y se le quedó.
Fue ordenado sacerdote 1976. Su Cantamisa fue en casa de las Religiosas de la Cruz en Coyoacán, pues su hermana Lupita era una de nuestras Hermanas.
No sé en qué momento se fue interesando por la filosofía de una manera especial. El hecho es que después lo mandaron a la Comunidad del Filosofado en Guadalajara para dar clases. Después pasó a formar parte de la Comunidad de Maestros en Tlalpan. Estando ahí le nació el deseo de ir a Roma para estudiar más a fondo la filosofía. Varios años después obtuvo el Doctorado con la tesis “Los fundamentos de la Filosofía Estética de José Vasconcelos”. Regresó a la Comunidad de Maestros para dar clases de filosofía en la Universidad Pontificia de México donde fue muy valorado.
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Tiempo después, cuando la Comunidad de Maestros pasó a formar parte del Proyecto Provincial CEFEJ (Centro Félix de Jesús), fue trasladado a la Comunidad de Cristo Pastor, en Mixcoac, desde donde continuó dando clases en la UPM. Al cerrarse esta Comunidad, llegó a la Comunidad de San Felipe de Jesús.
Dos aficiones tuvo Manuel: los libros y las orquídeas. Su cuarto siempre estuvo atiborrado de libros. En San Felipe no le cupieron en su cuarto y tuvo que recurrir al sótano y otros muchos los tuvo que dejar en casa de unos amigos.
La otra afición eran las plantas y las flores, especialmente las orquídeas. Era un experto orquidiólogo que logró descubrir una nueva especie de orquídeas. Cuando estuvo en la Comunidad de Maestros, sembró en muchos árboles gran cantidad de orquídeas, que desgraciadamente, con el tiempo, las ardillas acabaron con ellas. Cuando llegó a San Felipe había plantas de ornato en las azoteas y en los diversos pasillos de la casa. Manuel multiplicó las plantas y desde luego cultivó muchas orquídeas. Él las cuidaba, ayudado por la Sra. Enriqueta. Un día, estando regándolas, se cayó. No fue porque se tropezara, sino porque se le rompió el fémur. Fue trasladado al Hospital “Moisés Lira” donde lo operaron y de ahí lo llevaron a la Casa Conchita. Esto fue en abril de 2022. La biopsia que le sacaron en el hospital dio como resultado cáncer en los huesos. Esa fue la causa de su muerte que aconteció en la Casa Conchita el pasado 14 de enero. Tenía 84 años.
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Las plantas y las flores sobreviven en los pasillos de San Felipe, gracias a que la Sra. Enriqueta aprendió cómo cuidarlas. Cuando se supo que había muerto, esa discípula puso una veladora entre las plantas que regaba. Manuel tuvo otros muchos discípulos y feligreses que seguramente lo recuerdan con cariño.
Enrique Sánchez, M.Sp.S.