¡Un servicio que vale la pena!
Personalmente, antes de tener el servicio de promotor vocacional en la congregación, yo no quería este servicio. Sentía que ser promotor vocacional era como ser un vendedor y que tenía que convencer a otros de “comprar” nuestro producto. ¿Quién querría eso como religioso? Ahora, con dos años de estar dedicado a esta misión, me queda claro que es algo muy distinto. Ahora valoro, disfruto y me apasiona este servicio.
Algunos hemos pensado a veces que no hay que empeñarse mucho en la promoción vocacional: “Dios da las vocaciones, lo importante es la misión…”. “Si nuestra vida es auténtica, será atractiva por sí misma…”. Creo que en parte esto es cierto, y en parte no. Dios es quien llama, sin duda. Lo esencial de la Vida Religiosa no es que ingresen nuevos miembros a las congregaciones, lo esencial es consagrarnos para el seguimiento de Jesús y para la misión. Efectivamente, si nuestra vida no es auténtica, no le veo mucho sentido a invitar a nadie a vivirla. Pero… si no trabajamos conscientemente por favorecer que los jóvenes de nuestros contextos conozcan esta forma de vida, no llegarán solos. Dios da vocaciones, pero también nos da inteligencia y capacidades para contactarlas y acompañarlas, de modo que, si este es su llamado, lo elijan con libertad.
En nuestro mundo, en nuestros países y ciudades, hay jóvenes que tienen esta vocación. Sociológicamente podríamos decir que tienen el “habitus”, es decir, las condiciones internas y la disposición para optar por este modo de vida, para ser felices y dar vida desde la Vida Religiosa. No son la mayoría de jóvenes —esta opción de vida ha sido siempre y creo que seguirá siendo minoritaria— pero los hay y, si consideramos la población joven de nuestros países, son más que suficientes. Pero si no hacemos el contacto, si no nos conocen, y si no son acompañados y no hacen un proceso de discernimiento, simplemente no darán el paso, no serán religiosos/as.
La promoción de la vocación a la Vida Religiosa sólo tiene sentido si al mismo tiempo acometemos uno de los grandes desafíos de la Iglesia actual, que es el desafío de la cultura vocacional. Frente al mundo juvenil, nuestra tarea primordial es acercarnos, escuchar, acompañar y, en cuanto sea posible, proponer a Jesús como vocación que encanta. El horizonte es el Reino y la promoción de todas las vocaciones. Tenemos el enorme reto en la Iglesia de repensar la pastoral juvenil para abrir con los jóvenes caminos inéditos de encuentro con el Señor que llama y de compromiso con su proyecto de vida. Pero dentro de ese horizonte mayor, también tenemos la tarea específica de acompañar a aquellos jóvenes que se sienten llamados a esta vocación concreta que es la Vida Religiosa.
En resumen, podemos decir que la promoción vocacional no es proselitismo, es un servicio eclesial para favorecer que los jóvenes conozcan a Jesús, opten por seguirlo y hagan procesos de discernimiento para descubrir su vocación. Los promotores vocacionales acompañamos su discernimiento para que, si su llamado es la Vida Religiosa, les ayudemos a tomar una decisión con libertad y facilitemos su proceso de ingreso a la formación básica.
Me parece, por lo tanto, que el quehacer de un equipo de promoción vocacional se aboca al menos a estos cinco grandes objetivos:
- Visibilizar el seguimiento de Jesús en la Vida Religiosa como una opción de vida posible para los jóvenes.
- Ampliar y facilitar el contacto con jóvenes que tengan inquietud vocacional, sobre todo mediante una presencia estratégica en espacios juveniles de Iglesia y en las redes sociales.
- Suscitar y favorecer procesos de discernimiento vocacional de jóvenes que expresan esta inquietud, especialmente a través de experiencias significativas y acompañamiento de calidad.
- Impulsar el trabajo en red entre religiosos/as, laicos/as y otras instancias para las diversas acciones encaminadas a la promoción y a la cultura vocacional.
- Optimizar los recursos económicos para una gestión eficaz y responsable de la promoción vocacional.
Bernardo Sada, MSpS