Santuario de la Cruz del Apostolado, Jesús María, 24 de junio de 2024
Muy queridos hermanos y hermanas.
Hoy estamos de fiesta, una fiesta de varios niveles. Fiesta en el Cosmos, fiesta en la Iglesia, fiesta en nuestra amadísima congregación. Esta fiesta, según nos dice Jesús, en una parábola del evangelio, está preparada por un rey, el rey celestial y esta fiesta preparada por ese rey celestial, se confunde con la fiesta que celebramos en el Apocalipsis, con las bodas del Cordero.
Pues, ahora que nuestro buen hermano Mele es llamado por el gran rey, para participar en esta fiesta, nos da alegría. Es el tono principal de esta reunión, la alegría de haber sido llamado por el Hijo de Dios.
Bien, pues nuestro querido hermano Mele fue llamado a participar de esa fiesta eterna y nos alegramos profundamente todos. Ese acontecimiento de la partida de Mele, que para el mundo no significa nada, para nosotros significa mucho. Estamos alegres, por la fiesta del Señor. El Señor es el que hace todo, nuestro Dios.
Allá por los años cincuenta, que estaba en teología o estaba ya gozando mis primeros años de sacerdocio, en El Altillo, se acercó una señora y me dijo: “Padre, ¡qué difícil es tener vocación en estos tiempos!” Se me hizo rara la reflexión, pero ni la entendí, ni la acepté, porque nuestra dimensión es otra. No sé a qué le llame raro. No sé qué creía ella que hemos dejado. Eso lo podemos repetir una y mil veces, preferir a Dios y no al mundo. ¿Qué tiene de raro? Al contrario, raro es cuando nos alejamos de Dios y preferimos el mundo, eso es lo raro.
Pues nosotros, hermanos, seguimos a ese gran rey, él nos ha llamado, es muy hermosa la expresión de san Pablo en una de sus cartas, en que nos hace ver que estamos en el plan de Dios desde antes de la creación del mundo para ser santos. El que es Santo es la santidad. Y va a ser la invitación continua: Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto. Y por eso nos alegramos, porque un hermano nuestro se ha unido ya definitivamente a esa fiesta, a la fiesta eterna.
Mi querido hermano Mele: Gracias por haberle dicho sí a nuestro Señor. Con gusto te entregamos a su promesa del evangelio, que es la vida eterna. Veo en tu vida mucha semejanza con san Pedro. Él, como tú, reclaman un premio: “Señor, nosotros hemos dejado todo para seguirte, ¿qué nos darás a cambio?” Y sí, nuestro Señor en su bondad, acepta la proposición de Pedro, de Mele y de todos y cada uno de nosotros. Sí, ustedes que han dejado padre o madre, hermano, hermana, hijos e hijas o campos, por mi Nombre, recibirán el ciento por uno y, después, la vida eterna.
Nuestro caminar en la vida, muy parecido al de san Pedro y al de Mele; también nosotros hemos dejado al padre, a la madre, hermanos, hermanas, etcétera, por la vida eterna.
¿Qué pudo haber dejado san Pedro? Sí, dejó a su padre, dejó la barca de su padre, y unas redes que, con frecuencia, el evangelio nos pone el escenario de que estaban remendando las redes. Y ¿qué recibió en cambio? La vida eterna.
Igual, Mele dejó todo. Y él nos hablaba con mucha gracia a la comunidad de lo que era Sahuayo. Se veía que hablaba de Sahuayo con mucho amor, porque decía que en Sahuayo había dos, cuatro, seis aeropuertos y luego vio que era muy poco tener aeropuertos y se fue con la cultura, que en Sahuayo había seis, ocho, diez universidades. Como dicen los muchachos, le echó mucha crema a sus tacos.
Pero Dios aceptó la entrega de Mele y también el parecido con Pedro de el amor. Nuestro Señor le pidió una prueba de amor a san Pedro. Le dijo: “Pedro, ¿me amas?”. “Sí, Señor, tú sabes que te amo”. Tres veces le preguntó y le dijo: “Apacienta a mis corderos; apacienta a mis ovejas”. Y allí se encargó nuestro Señor de que él fuera el jefe de la Iglesia; él iba a encargarse de la Iglesia.
A Mele también le pidió una prueba de amor y no es otra cosa que su entrega en la congregación, en los votos, ahí en los votos religiosos le confirmó que sí, que lo amaba. Y también tuvo una promesa parecida a la de san Pedro: “Apacienta a mis ovejas”, el sacerdocio, en la congregación. Nuestro Señor le encargó la guía de nosotros los Misioneros del Espíritu Santo. Fue nuestro superior general por dos sexenios y con mucho tino llevó a nuestra congregación, tino y amor, por los caminos que Dios quiere.
Por allá en los escritos de Nuestra Madre hay una frase que me ha hecho pensar, dice nuestro Señor: “Habrá cosas mejores, pero yo quiero que los Misioneros se encarguen de lo que yo les he encomendado”. Una frase fuerte, muy sólida para dirigir a nuestra congregación.
Tenemos pues, hermanos, hermanas, un tesoro que nos ha regalado Dios y, precisamente, nuestra grandeza en el mundo y, sobre todo, en la vida eterna va a ser la fidelidad a lo que Dios quiere de cada uno de nosotros. Fidelidad a su Iglesia santa y fidelidad a nuestra congregación.
Que Dios, a través de esa entrega de Mele, siga bendiciendo nuestra amada congregación. Ahora estamos como en los principios. Recuerden que el padre Domingo, Dominguito, que era novicio con el padre Moisés, le dijo a Nuestro Padre: “Nuestro Padre, yo a esto no le veo hechura” y Nuestro Padre le contestó: “Yo tampoco”. Pero siguió Nuestro Padre adelante, con la misión que Dios le había encargado y con las dificultades propias de esta vida para seguir adelante con los designios de Dios.
Pues damos gracias a Dios nuestro Señor, y es el motivo de esta Eucaristía, por la vida de nuestro querido padre Mele y le pedimos a nuestro Señor que siga bendiciendo a su Iglesia, que siga bendiciendo a su congregación, con vocaciones santas y con sacerdotes santos. Así sea.