El lugar donde todo inició: la Capilla de las Rosas

Dra. Mariana Gómez Villanueva
AHMSpS

Hace sesenta y cinco años, el 4 de julio de 1960, la Capilla de las Rosas pasó oficialmente al cuidado y resguardo de los Misioneros del Espíritu Santo. En el documento de entrega oficial, la familia Álvarez Icaza, entonces dueña del inmueble, refirió que con todo cariño entregaban la Capilla, pero que se debía tener en consideración que ésta corría el riesgo de ser demolida,[1] pues el entonces Abad de la Basílica de Guadalupe iba a emprender una obra de remodelación a gran escala. Tan solo unos días después, a la vez que esto sucedía, el entonces arzobispo de México, Miguel Darío Miranda, determinó que la Capilla quedaría a disposición del Cabildo de la Basílica, con lo cual, los MSpS perdieron todo derecho sobre ella.

Para la Congregación, esta Capilla tenía un gran valor, por lo que se deseaba preservarla durante muchos años. El edificio estaba ubicado a pocos metros de la antigua Basílica de Guadalupe, justo frente al conocido “pocito”. En este lugar fue fundada la Congregación en diciembre de 1914 por Monseñor Ramón Ibarra y González.

Esta Capilla fue mandada construir por Catalina Álvarez Icaza a finales del siglo XIX. Antes de su edificación, en este lugar solo había una columna que marcaba el sitio donde, según la tradición, había ocurrido la última aparición de la Virgen a Juan Diego. El terreno pertenecía a un hombre que operaba allí una pulquería, por lo cual, Catalina tuvo que convencerlo de venderle esa porción, para poder llevar a cabo la construcción que ella deseaba.[2]

No sin grandes esfuerzos, Catalina logró finalmente comprar el terreno y varios miembros de su familia la apoyaron económicamente para llevar a cabo la construcción completa. Una vez finalizada, el entonces arzobispo de México, Próspero María Alarcón, le otorgó a ella el derecho de patronato sobre ésta, extendiéndolo a la familia Álvarez Icaza tras su fallecimiento. El edificio presentaba un estilo arquitectónico que combinaba elementos neoclásicos con rasgos isabelinos:

Con una sola nave, con bóveda de pañuelo, de cinco segmentos. La fachada con puerta al oriente; el piso ajedrezado, en mármol blanco y negro. José de Icaza y Cossío donó los tres vitrales emplomados con sus blasones. El retablo tallado en madera de cedro rojo, tenía un cuadro al óleo de Gonzalo Carrasco, S.J., con Nuestra Señora y Juan Diego a sus pies. En el crucero tenía una cúpula aparente, decorada al fresco con flores y ángeles. Se consagró en agosto de 1895.[3]

Fotografía del altar de la Capilla de las Rosas en septiembre de 1905.
Se puede observar también el cuadro que aún conservan los MSpS.
AHMSpS, Gobierno, Consejo General, Capilla de las Rosas, caja 92.

Además del documento emitido por el arzobispo de México, en abril de 1912, la familia Álvarez Icaza consiguió también el rescripto de parte del papa Pío X sobre la propiedad de la Capilla. La familia realizó varias reparaciones en el inmueble y, desde su inauguración en 1895, también se encargó de mantener el culto.

Gracias a la amistad que existía entre la familia Icaza con Monseñor Ibarra y Concepción Cabrera, el 25 de diciembre de 1914, Don José y Doña Catalina Álvarez Icaza prestaron la Capilla para que tuviera lugar allí la ceremonia de fundación de los MSpS. Así lo relató el padre Félix Rougier:

Pues en medio de estos graves inconvenientes, y exponiéndose Monseñor Ibarra, salió de su escondite el día 25 de Diciembre por la mañana temprano. Lo acompañaban en el automóvil, para disimular, dos religiosas de la Visitación (de la casa de Bucareli donde Monseñor Ibarra estaba escondido y a donde fueron varias veces a buscarlo para prenderlo), vestidas de seglares y su familiar, el Padre José María Villa.
Iba Monseñor de incógnito, y violentamente, al llegar a la Capilla de las Rosas, le abrieron y cerraron con llave.
Asistimos a la apertura de la fundación, el joven Moisés Lira, el Padre Domingo Martínez y yo. Concurrieron además dos Religiosas de la Cruz (María Albarrán y Guadalupe Monterrubio con Conchita), pasando entre soldados y Carrancistas y Zapatistas hasta llegar a la Capillita.[4]

Placa original de la Capilla de las Rosas en la cual
hacía referencia a la fundación de los MSpS.
AHMSpS, Gobierno, Consejo General, Capilla de las Rosas.

Por este motivo, la Capilla de las Rosas fue siempre un lugar especial para Concepción y Félix, así como para las muchas generaciones de Misioneros del Espíritu Santo que vendrían más adelante. Durante todos estos años, la Capilla siguió siendo un lugarcito especial al cual acudían las personas a rezar y pedir favores a la Virgen de Guadalupe.

En junio de 1959 se inició el proyecto de remodelación de la Plaza de la Basílica de Guadalupe, ya que el espacio existente resultaba insuficiente para recibir a la creciente cantidad de peregrinos. Además, la antigua Basílica presentaba un severo hundimiento que comprometía su estabilidad estructural, convirtiéndola en un lugar peligroso para los visitantes. Ante esta situación, el Cabildo decidió emprender una gran obra para la construcción de un nuevo templo que permitiera trasladar allí la imagen original de la Virgen de Guadalupe.

En marzo de 1960 la familia Álvarez Icaza, en el contexto de la renovación que se haría sobre el predio de la Basílica, creyó que lo más adecuado era cederle los derechos de la Capilla a los MSpS, conscientes de la importancia que este recinto tenía para ellos. Así pues, la familia les confió formalmente el cuidado y la custodia de ésta, con la condición de que se respetara su estructura original, ya que en su interior descansaban los restos de varios miembros de los Álvarez Icaza. El encargado de supervisar el proceso de traspaso fue el padre Ángel Ma. Oñate, sin embargo, los planes no se desarrollaron como se había previsto.

A finales de julio de 1960, el Cabildo presentó una solicitud formal al arzobispo Miguel Darío Miranda, pidiéndole que la capilla quedara, en adelante, bajo su jurisdicción, con el argumento de asegurar un mejor orden y unidad administrativa. Además, al tratarse de un lugar de culto público, el inmueble era considerado propiedad de la nación. Ante esta situación, el arzobispo informó a la familia Álvarez Icaza que, si bien el terreno les pertenecía, era su responsabilidad garantizar el adecuado funcionamiento de todo el complejo. Por ello, consideraba necesario que la capilla pasara a la jurisdicción del Cabildo. En consecuencia, cualquier cesión de derechos —ya fuera a los MSpS o a cualquier otra entidad— carecía de validez.

A partir de ese momento, tanto la familia Álvarez Icaza como los Misioneros del Espíritu Santo dispusieron de un plazo determinado para retirar cualquier objeto de valor que se encontrara dentro de la Capilla. El proceso tomó un tiempo considerable, ya que fue necesario desmontar cuidadosamente los cuadros, el altar e incluso la fachada, con el propósito de conservar la mayor cantidad posible de elementos originales. La intención era reconstruirla en otro lugar, preservando así su valor histórico y espiritual.

Finalmente, en junio de 1968 comenzó el desmonte de la fachada de la Capilla, el último paso para el traslado. La Congregación contrató a un arquitecto especializado para asegurar que esta delicada labor se realizara sin daños. En los años siguientes, dicha fachada fue reinstalada en distintos lugares. Su última ubicación fue en el ya desaparecido Museo Félix de Jesús Rougier, ubicado en la calle de Patriotismo, donde permaneció durante muchos años. Actualmente, se encuentra en la comunidad de Ojo de Agua, en espera de ser trasladada a Jesús María, donde existe el proyecto de devolverle su vida y significado como uno de los espacios más emblemáticos para los Misioneros del Espíritu Santo.


[1] AHMSpS, Gobierno, Consejo General, Capilla de las Rosas, caja 92, expediente 10, “Carta de Jesús Álvarez Icaza al padre Ángel Ma. Oñate”, 4 de julio de 1960.

[2] Pedro Fernández, Biografía de la M. María Angélica Álvarez Icaza, vol. 1, Salamanca, Editorial San Esteban, 1993, p. 81.

[3] AHMSpS, Gobierno, Consejo General, Capilla de las Rosas, caja 92, expediente 12.

[4] Félix de Jesús Rougier, Autobiografía, México, MSpS, 2007, p. 69.

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