Evangelización: 6 al 18 de octubre y Éxodo: 20 al 25 de octubre
Las experiencias vividas durante las últimas semanas han exigido tanto fortaleza física como disposición interior. Han puesto a prueba nuestras capacidades, nos han sacado del ensimismamiento y han nutrido nuestra experiencia humana y espiritual. En todo momento, el Señor nos invitó a salir de nuestra zona de confort, a romper con la rutina cotidiana y a plantearnos preguntas esenciales sobre nuestra vida personal, nuestra relación con Dios y nuestra vocación.
Retiro de Evangelización
Durante la primera semana, dedicada a la evangelización, trabajamos sobre el conocimiento y la experiencia del amor de Dios Padre. A través de las fichas y de la lectura sobre el Hijo Pródigo, fuimos redescubriendo nuestra propia historia como reflejo de la mirada amorosa de Dios. Experimentamos el amor de un Padre que es incondicional, tierno y fiel.
Fue necesario, sin embargo, reconocer las imágenes falsas que cada uno guarda de Dios, para permitir que se nos revelara el Abbá de Jesús: el Padre que todo lo entrega, que nos quiere plenos y libres en el amor.
En este proceso también reflexionamos sobre la figura paterna en nuestras vidas, buscando reconciliarnos con ella y reconociendo en Dios al Padre misericordioso que siempre toma la iniciativa, que corre a nuestro encuentro incluso cuando nosotros no respondemos con la misma fidelidad.
Contemplamos además la presencia de Dios Padre en los símbolos de la nube y la luz, recordando la columna que guiaba al pueblo hebreo en el desierto. En esos signos descubrimos la protección constante de Dios sobre sus hijos.
Finalmente, comprendimos que el camino del pueblo migrante de Dios es también el nuestro: salir de nuestras seguridades y comodidades nos educa, purifica nuestras intenciones y nos abre a la acción transformadora de la gracia. Entendimos así, por medio de una experiencia de aislamiento, que el pecado no sólo nos aleja de Dios y de los demás, sino que puede convertirse en una realidad social y estructural que necesita ser redimida. Y solo al ver tangible nuestra realidad manchada podemos escuchar la voz sutil de Dios que siempre esta con los brazos abiertos dispuesto a perdonarlo todo y con amor incondicional.

Éxodo
Con esta disposición interior iniciamos la segunda experiencia: el Éxodo, una vivencia muy esperada desde el inicio del Postulantado. Desde los primeros meses, esta experiencia generaba en nosotros una mezcla de emoción y temor, pues sabíamos que implicaría exigencia física y mental. La preparación física fue parte importante: caminatas, ejercicios de resistencia y sobre todo una disposición espiritual para afrontar el reto.
Apenas un día después de concluir el retiro de evangelización, emprendimos el viaje hacia Santa María del Oro, Nayarit, punto de partida para recorrer la sierra durante cuatro días. Caminamos entre veredas angostas y amplias, subiendo cumbres y cruzando planicies; el paisaje se convertía en una metáfora de la vida misma, con sus esfuerzos, obstáculos y momentos de contemplación.
En el camino aprendimos a discernir qué cosas son verdaderamente necesarias y cuáles sobran en nuestro andar; a valorar los recursos más simples como el agua, el alimento o la hora oportuna para caminar. También fuimos testigos de la presencia discreta de Dios en la naturaleza: en los paisajes, en los animales, en el silencio del amanecer. Todo parecía tener su sentido y su propósito.
Lo más conmovedor fue la hospitalidad de las personas que encontramos. Aun teniendo poco, compartían todo: su comida, un lugar para descansar, su palabra y su alegría. Esa generosidad nos recordó que el Reino de Dios se manifiesta en los pequeños gestos del compartir y la fraternidad.
Caminar con los hermanos fortaleció también nuestra comunión. Descubrimos que en la vida nadie camina solo, y que la carga se hace más ligera cuando se comparte. Las caídas, el cansancio y los silencios se transformaron en oportunidades para acompañarnos, exhortarnos y sanar juntos. Incluso quienes no pudieron concluir la caminata nos dejaron una lección valiosa: cada decisión, cada objeto que cargamos o dejamos, cada situación que aceptamos o resistimos, forma parte del proceso de madurez que Dios realiza en nosotros.
El Éxodo nos recordó que somos peregrinos en esta vida, y que depende de nuestra actitud si convertimos el camino en un tránsito árido o en una experiencia plena y gozosa.
Fueron semanas intensas de reflexión, esfuerzo y encuentro. Días que nos probaron en cuerpo y espíritu, pero que, sobre todo, nos permitieron experimentar de manera viva la presencia constante de Dios Padre que acompaña, guía y fortalece a su pueblo en el camino.


