Cincuenta años de vida consagrada

Crónica de un encuentro celebrado entre gratitud, vocación y memoria

José Marcos Alba Romo, MSpS

En el Altillo, lugar lleno de simbolismo para nosotros, nos reunimos del 13 al 17 de agosto cinco Misioneros del Espíritu Santo para celebrar medio siglo de profesión religiosa. El encuentro, organizado con ilusión y cuidado, fue una ocasión para agradecer y renovar nuestro sí al Señor, y para compartir en fraternidad los caminos recorridos por cada uno y para vislumbrar las sendas que nos quedan por recorrer.

Nos reunimos para celebrar este acontecimiento: Mons. Gustavo García Siller y los padres Fernando Torre, Carlos Quiñones, Luis Carlos Cervantes y Marcos Alba. A nosotros se suma la memoria y la presencia invisible del P. Antonio G. Saravia (Archi), que nos acompaña desde el cielo. Fue una experiencia de convivencia, celebración y reflexión, que tuvo como escenarios el Altillo y los lugares que son para nosotros memoria y tradición de nuestra opción como MSpS.

Fuimos llegando el primer día al Altillo. El P. Luis Carlos cervantes llegó al día siguiente. La alegría de un reencuentro que no requirió más protocolo que abrazos, risas y chacoteo compartido. El primer día fue, sobre todo, de compartir informal. Allí, entre la familiaridad de lo cotidiano, cada gesto decía que la historia común seguía viva: recuerdos, anécdotas, bromas, chistes, se sintieron en el aire. Uno siente, en esos momentos, que la crónica no es solo lo que ocurre, sino cómo se lo vive: conversaciones, risas, confidencias, oración, alimentos, que se fueron tejiendo entre quienes hemos compartido años de fraternidad y servicio, de amistad y búsqueda. Cerramos el día con la Eucaristía, presidida por el P. Marcos Alba.

El segundo día comenzó con la Eucaristía compartida con las Religiosas de la Cruz de Altavista. Presidió el P. Carlos Quiñones. Agradecimos su oración y su interés por nosotros. La acogida de las Hermanas fue cálida, alegre y delicada; un gesto que parece sencillo, pero que encierra una hospitalidad que te llega al alma. Después de la celebración, compartimos el desayuno con ellas, un momento de fraternidad, alegría y gratuidad que valoramos mucho.

Un detalle extra fue el regalo individual que recibimos; cada uno recibió un detalle de reconocimiento, una pequeña señal de que la presencia de todos en este encuentro importaba, que no era solo una reunión de nombres sino una comunión viviente de vocaciones que se fortalecen al reconocerse mutuamente. Al regreso, nos esperaba un momento de oración en la cripta, junto a la tumba de Conchita. Acordarse de Conchita en ese lugar silencioso fue un recordatorio de la presencia constante de ella y de otros santos que acompañan, desde la memoria, el camino de quienes aún caminamos. Agradecimos su cercanía, su ejemplo y su influencia en nuestras vidas, seguros de que siguen entre nosotros para sostenernos.

La llegada del P. Luis Carlos Cervantes, desde Tijuana, fue un poco después de la hora de la comida. Así se completó el grupo de los festejados, abriendo las puertas a un compartir cada uno la propia vida. En la tarde, el encuentro dio un giro hacia lo formal: compartimos historias, logros, luchas y gozos acumulados a lo largo de los años. Fue un ejercicio de memoria viva: la vocación se fue confirmando otra vez, no como un hecho aislado, sino como un proceso que se va afirmando en cada experiencia, en cada servicio, en cada entrega. Se habló de la trayectoria vocacional, de las pruebas superadas y de las alegrías que dan sentido a este camino compartido. Fue un recordatorio claro de que la vocación no es un instante, sino un proceso que se confirma y se renueva en la vida diaria.

El tercer día tuvo su comienzo en la acogida de la comunidad en San Felipe, donde desayunamos con la sencillez que caracteriza a aquellos que viven la hospitalidad como una gracia.

Tuvimos unos momentos de oración junto a la tumba de Félix de Jesús Rougier, Nuestro Padre. “Molde” en el que tenemos que formarnos los Misioneros del Espíritu Santo.

La Eucaristía en la capilla de la Inmaculada trajo un ambiente gozoso, íntimo y conmovedor, un espacio en el que lo trascendente se volvió cercano, donde cada palabra parecía respirar fe y cada gesto, una oración compartida. Fue presidida por el P. Luis Carlos Cervantes.

Tras la celebración, regresamos al Altillo para continuar con la experiencia. La clave de nuestro compartir fue como en un baile en tres tiempos: recordar el pasado con gratitud, vivir el presente con pasión y abrirnos al futuro con confianza. Esa tríada: gratitud, pasión y confianza, quedó como una brújula para el caminar que nos espera. El recuerdo de lo vivido en las jornadas anteriores se hizo presente en cada conversación, en cada silencio compartido, en cada mirada que decía más de lo que podía expresar una palabra.

Por la tarde-noche, un encuentro muy significativo: nos reunimos con los compañeros de grupo que dejaron la Congregación. Cuatro compañeros que profesaron con nosotros y años después continuaron la vida por otros caminos: Carlos Gadsden (hoy diacono permanente), Carlos Eduardo Martínez, Francisco Huergo y Chema Martínez, que vino desde España. Compartimos la alegría con sus familias, disfrutamos de una cena exquisita y brindamos por las decisiones y las sendas distintas que cada uno ha tomado. Fue una cena de recuerdos y nostalgia, de gozo de volvernos a ver, de libertad y de crecimiento: cada quien en su propia vocación, cada familia con su historia, y juntos, atentos a sostener, con la memoria y la gratitud, lo que se ha sembrado juntos.

Nuestro cuarto día estuvo marcado por tres hechos:

  1. Visita al noviciado de Morelos 31, Tlalpan. Después de desayunar, nuestra jornada comenzó con la emotiva visita al antiguo noviciado en Morelos 31, Tlalpan, lugar donde hace cincuenta y dos años inició el camino de nuestra consagración. Recorrer la casa, los pasillos y demás espacios despertó memorias entrañables. En la capilla hicimos un alto para orar y dar gracias, mientras resonaban en el corazón los ecos de aquellos primeros pasos en la vida religiosa. Terminamos nuestra oración con el Veni Creator Spiritus. No faltaron las anécdotas, las risas compartidas y un dejo de nostalgia que se entrelazó con la gratitud. El momento quedó sellado en fotografías que captaron no solo rostros, sino también la huella de una historia común.
  2. Visita a la iglesia de la Santa Cruz del Pedregal. Más tarde, nos dirigimos a la iglesia de la Santa Cruz del Pedregal, donde medio siglo atrás tuvo lugar la misa de nuestra primera profesión. Con gratitud y recogimiento hicimos memoria de aquel día fundante, cantamos juntos un canto del P. Marcos Alba (Tuya es mi miseria), que compuso hace cincuenta años y en aquella ocasión fue el canto de entrada. Luego vinieron las fotografías, y la memoria se transformó en gratitud por la fidelidad de Dios a lo largo de estos cincuenta años.
  3. Encuentro en el Altillo: capilla de Nuestra Señora de la Soledad. El día culminó en el Altillo, en la capilla de Nuestra Señora de la Soledad. Allí se realizó un panel con los cinco festejados, quienes compartieron recuerdos, reflexiones y testimonios de vida. La celebración alcanzó su punto más alto con la Eucaristía, presidida por Mons. Gustavo García Siller, con la presencia de algunos familiares, amigos y hermanos de comunidad en un ambiente de fraternidad y acción de gracias. Después, las felicitaciones dieron paso a una cena fraterna, compartida con la comunidad del Altillo, como un signo de alegría, comunión y esperanza para seguir caminando en fidelidad a la vocación recibida.

El quinto día, 17 de agosto, coincidió con la fecha de nuestra primera profesión, hace cincuenta años. Desayunamos en el comedor de la comunidad del Altillo, los cinco festejados y los cuatro que dejaron la Congregación. Continuamos compartiendo la amistad, el gozo, los recuerdos, lo que cada uno está haciendo en este momento.

Después del desayuno hubo una entrevista a cada uno de los que celebran este aniversario. Testimonio, relato vocacional sobre lo que más valoramos en el caminar de estos años.

Enseguida, un rato antes de la Eucaristía, tuvimos una sesión de fotos. Y luego comenzamos la Misa, en la capilla de Nuestra Señor de la Soledad, del Altillo. Presidió el P. Fernando Torre, ayudado por nosotros en algunas partes, dado lo débil de su voz. En la homilía los cinco compartimos lo que nos significa este momento. Terminada la homilía renovamos nuestros votos religiosos. Fue una Eucaristía gozosa, donde se desbordó la gratitud, el cariño, la ofrenda hecha de nuevo a Dios de nuestra vida. No podíamos olvidar a uno de nuestra generación, que ya perseveró: el P. Antonio G. Saravia (Archi): a través de una foto, sonriente, lleno de vitalidad, nos acompañó en este momento, recordándonos la meta a la que anhelamos llegar.

Terminada la Eucaristía pasamos al antiguo comedor del Altillo, donde compartimos una variada comida “de traje”, acompañados de amigos, familiares y un buen número de religiosas.

Tras la comida nos fuimos despidiendo, agradecidos a Dios por dejarnos llegar a este día y por acompañar nuestro caminar con su presencia llena de cariño, paciencia y misericordia.

Estos días de compartir y celebración no se agotan aquí. Nos dejan una huella que trasciende el tiempo: la certeza de que la vida consagrada es una tarea compartida, un camino de vocación que se fortalece en la convivencia, en la memoria de quienes ya no están y en la certeza de que la presencia de Dios se manifiesta en cada gesto de amor, en cada abrazo, en cada oración compartida. Al concluir, la sensación fue la de haber celebrado no solo medio siglo de profesión religiosa, sino también la capacidad de la fe para sostener y renovar la vida. El encuentro terminaba, pero la fraternidad quedaba.

Salimos del Altillo con una sensación de plenitud discreta: lo vivido nos sostiene, lo agradecido nos da alegría, y lo que esperamos, con confianza, se abre como un horizonte lleno de oportunidades para seguir sirviendo, aprendiendo y amando. En ese movimiento, la crónica no es solo un recuento de hechos, sino una declaración de fe: la vocación, celebrada y recordada, continúa siendo nuestra guía para construir un mundo más humano y más cercano a lo que soñamos en común.

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