María, Madre de una Iglesia perseguida y mártir

Fernando Torre, msps

«Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecuciones»

2Tm 3,12

Después del martirio de Estaban, «se desató una gran persecución en contra de la iglesia en Jerusalén, y todos se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria, excepto los apóstoles» (Hch 8,1).

Jesús de Nazaret nos lo había anunciado: «Los arrestarán, los perseguirán y los matarán. En todo el mundo, ustedes serán odiados por ser mis seguidores» (Mt 24,9).

Persecución y martirio son las circunstancias en las que vive la primera comunidad cristiana y realiza su misión evangelizadora. María, la madre de Jesús y madre de la Iglesia, forma parte de esta comunidad. Ella acompaña a los discípulos y los anima a ser fieles a Jesucristo, aunque esto implique ser perseguidos e incluso asesinados.

La Madre sufre y se entristece a causa del odio del que su Hijo y los cristianos son objeto; a causa de la persecución contra la Iglesia y del asesinato de algunos de los discípulos, entre ellos Santiago, su sobrino (cf. Hch 12,2). Y, al mismo tiempo, ella los exhorta a permanecer fieles a Jesucristo y los anima a ir contracorriente; ella se llena de gozo por constatar que sus hijas e hijos, gracias a la acción poderosa del Espíritu Santo, aman a su Hijo, lo siguen, anuncian su Evangelio, cargan la cruz, se mantienen firmes en la persecución y están dispuestos «a morir por causa del Señor Jesús» (Hch 21,13).

Y así continúa haciéndolo durante unos veinticinco años –según la tradición–, hasta que culmina su misión en la tierra y es llevada al cielo en cuerpo y alma. «Y, desde su gloriosa asunción al cielo, sigue mostrando su amor a la Iglesia peregrina, y protege sus pasos hacia la patria del cielo». Y seguirá haciéndolo, «hasta que venga el Señor, lleno de gloria»[1].

El papa Francisco nos dice: «Las persecuciones no son una realidad del pasado, porque hoy también las sufrimos, sea de manera cruenta, como tantos mártires contemporáneos, o de un modo más sutil, a través de calumnias y falsedades. […] Otras veces se trata de burlas que intentan desfigurar nuestra fe y hacernos pasar como seres ridículos»[2]. «Hoy, en muchas partes del mundo, hay muchos, muchos, muchos mártires –más que en los primeros siglos– que dan la propia vida por Cristo y son conducidos a la muerte por no negar a Jesucristo»[3].

La persecución y el martirio son signos de la autenticidad de nuestra vida cristiana: «Bienaventurados serán cuando los injurien, los persigan y digan con mentira toda clase de mal contra ustedes por mi causa. Alégrense y regocíjense, […]  porque de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a ustedes» (Mt 5,11-12).

La Virgen María sigue acompañando a la Iglesia, que es perseguida y martirizada. Ella ilumina nuestra fe, alienta nuestra esperanza e inflama nuestra caridad. Ella intercede por nosotros, para seamos llenos del Espíritu Santo (cf. Hch 8,15), a fin de que, en medio de las persecuciones y las amenazas de muerte, podamos mantenernos firmes en el seguimiento de Jesucristo y realizar con fidelidad creativa la misión que Dios Padre nos ha confiado. Más aún, ella intercede por nosotros, para que podamos amar a nuestros enemigos, orar por quienes nos persiguen y bendecirlos (cf. Mt 5,44; Rm 12,14).


[1] Misal Romano, «Prefacio III de la Virgen María».

[2] Papa Francisco, Gaudete et exsultate, 94.

[3] Papa Francisco, Angelus (23 junio 2013).

Discover more from Cor Unum

Subscribe now to keep reading and get access to the full archive.

Continue reading